Empezar una nueva vía de aprendizaje, un nuevo camino, sea en la dirección que sea, siempre es una tarea compleja. Es algo bastante común sentir que, al iniciar nuevos caminos, vamos a llegar a incontables situaciones en las que nos vamos a sentir “el/la mas tont@ de la sala” y eso, en muchas ocasiones, nos hará sentir frustración, unas ganas incontrolables de contar todo lo que sabemos, de demostrar que no lo somos y, a veces, incluso serán el motivo de que tiremos la toalla. Mi reflexión es ¿Es posible que esa sensación de ser “el/la más tont@ de la sala” es algo que debamos abrazar y no repudiar? ¿Quizá los árboles no nos estén dejando ver el bosque?
Pongámonos en el peor de los casos, efectivamente, eres “el/la más tont@ de la sala”, si en nuestra nueva vía de aprendizaje nuestro objetivo principal es aprender, ¿No es esta la mejor de las noticias? Epicteto dijo “Es imposible comenzar a aprender lo que uno piensa que ya sabe”, si esto es así, no hay nada que deje más espacio al aprendizaje que una mente abierta dispuesta a aprovechar todo aquello que las personas a las que considera más inteligentes hagan/digan (Siempre con espíritu crítico, las tautologías nunca fueron buenas compañeras). Es decir, ser “el/la más tont@ de la sala” se puede observar también como el inicio de gran parte de los caminos de aprendizaje. Luego, puede que esto no sea algo tan malo.

Desde mi punto de vista, una reflexión parecida establece el famoso efecto Dunnin-Krueger, el sesgo cognitivo por el cual las personas con un bajo nivel de habilidad o competencia en una tarea sobrestiman su habilidad para realizar la misma. De esta manera, si relacionamos la frase de Epícteto con lo que establece este efecto, nuestra percepción de lo que sabemos nos pone trabas al comienzo del aprendizaje. Sobrestimar nuestras habilidades nos hace no poder aprender lo que ya sabemos y disminuimos considerablemente la eficiencia de nuestro aprendizaje. Ser “el/la más tont@ de la sala” nos da un ticket directo al “Valle de la Desesperación” desde el que es mucho más sencillo aumentar nuestra eficiencia de aprendizaje, ya que tenemos un universo de cosas que aprender.
Sin embargo, no le han llamado el “Valle de la Desesperación” al inicio del verdadero camino del aprendizaje porque sea un camino de rosas exactamente. La realidad es bastante más compleja, te encontrarás en multitud de ocasiones en las que no tienes nada que aportar. Y es normal que no tengas nada que aportar, hasta que no escuches, aprendas y proceses al menos unas primeras ideas de la tarea en cuestión, no podrás emitir una opinión con criterio (esto no quiere decir que no expreses tu opinión, sino simplemente que no es necesario que sientas la necesidad imperiosa de comunicar siempre “YO también tengo una opinión”). Es evidente que no puedes tener una opinión formada de algo de lo que hace apenas unos instantes desconocías su existencia. Esto es algo que es muy fácil de racionalizar y poner por escrito, pero creo que tod@s conocemos al famoso Síndrome del Impostor, que hace de esta una labor mucho más difícil de llevar a la práctica.
Muchas veces este Síndrome del Impostor viene porque estamos depositando demasiadas expectativas en alcanzar una meta en un periodo de tiempo, es decir, no estamos en el presente, en el camino, sino en una meta situada en el futuro. Queremos curvar el tiempo de aprendizaje de tal manera que consigamos llegar a ser unos expertos de la materia en el menor tiempo posible. Pero ¿No es posible que depositando estas expectativas en la meta estemos preparando el terreno para que aparezcan nuestras inseguridades y con ellas el dichoso Síndrome? ¿Podríamos modificar nuestras metas de tal modo que el propio proceso de aprendizaje fuese el feedback loop que mantenga nuestra motivación para continuar en ese proceso? ¿No es eso olvidarse de la meta y disfrutar del camino?
Hasta ahora se ha comentado, principalmente, la parte interna del proceso de aprendizaje, pero el entorno, la parte externa, también juega un papel muy relevante en esta ecuación. El tipo de feedback que recibimos afecta en gran medida a nuestro sentimiento de frustración e influye en la eficiencia de nuestro aprendizaje. Acaba siendo igual de contraproducente que solo te digan que haces las cosas bien, ya que al final se te queda una sensación de que cualquier cosa que hagas es suficiente; como que constantemente te estén remarcando aquello en lo que fallas, ya que acabas teniendo la sensación de que no eres capaz de hacer ninguna tarea que te encomiendan. Una vez tenemos claro que la polarización no nos beneficia (como de costumbre), ¿Dónde está el punto en el que maximizamos la eficiencia de nuestro aprendizaje?
Según un estudio publicado en Nature Communications en 2019, el punto óptimo respecto a la eficiencia de aprendizaje se encuentra al fallar realizando nuestra tarea el 15% de las veces, es decir, que realicemos la tarea correctamente y nos lo reconozcan el 85% restante. Este número resulta bastante llamativo por lo lejos que se encuentra del 50%, y podríamos dedicar otro artículo a reflexionar sobre el por qué de este sesgo hacia el feedback positivo, pero eso será en otra ocasión. Para el caso que nos atañe no necesitamos profundizar tanto, el estudio afirma rotundamente que los seres humanos optimizamos nuestro proceso de aprendizaje cuando recibimos un feedback mayoritariamente positivo. Entonces, ¿Es posible que nuestro aprendizaje sea más eficiente cuando estamos disfrutando de la tarea que estamos realizando? ¿Podrían nuestros mentores ayudarnos a trazar un camino en el que fallemos un porcentaje de las veces, pero sintamos una sensación de progreso que mantenga nuestra motivación para continuar? ¿Puede esta sensación ser descrita como disfrutar el camino?
Recapitulando, emprender nuevos caminos de aprendizaje, efectivamente, es una tarea compleja. En ella tendremos que afrontar nuestros miedos, inseguridades, carencias… Y debemos recordar no caer en la trampa que representa el “Monte de la Ignorancia”; mantener la fe en que estamos recorriendo este camino porque no hay nada mejor que seguir aprendiendo; combatir la frustración del no tener nada que decir, alimentando lo mucho que estamos aprendiendo al escuchar; que ser “el/la mas tont@ de la sala”, no es más que ser consciente de que hay gente que tiene un nivel de conocimiento en cierto campo significativamente mayor que el nuestro… En resumen, ser capaces de olvidarnos de la meta a largo plazo y poder disfrutar del camino hasta la misma.
Para ello, te resuelve la mitad del trabajo tener un grupo humano que tiene interiorizado todo lo arriba mencionado y que es capaz de acompañar ese proceso de aprendizaje poniendo retos que no siempre sean asequibles, pero que siempre vayan nutriendo el camino de interesantes aprendizajes. De este modo, no habrá tanto peso en que se cumpla la meta a largo plazo, sino que el éxito será dependiente de haber recorrido un camino reconfortante y plagado de retos. De momento, siento que el 50% que no depende de mí no me lo puede estar poniendo más fácil, ahora depende de mí ser capaz de disfrutar de donde sea que lleve el camino. En TRL+ queremos hacer justo eso, acompañar en todo momento el proceso para que el 50% que depende del feedback externo esté solucionado. Así solo quedará disfrutar del complejo camino del aprendizaje…
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